Decidí
comprar jengibre porque se me antojaron alitas fritas, y quería hacer una
receta que ya hice una vez, de un cocinero amigo de Ane (Cook Edd). Son
unas alitas hechas con doble fritura y en una salsita increíble de ajo,
jengibre, salsa de soja y miel. La otra vez me quedaron increíbles y Ane y yo
nos pusimos las botas, pero ya no volví a repetirlas. Y mira que adoro el pollo
frito. Por influencia de Ane, precisamente (como tantísimas otras cosas en mi
vida), cada vez que pienso en pollo frito pienso en Criadas y señoras, en lo
rico que parece ese pollo frito y en que ojalá supiera hacer una fritura y un
rebozado tan apetecible y crujiente como ese. En fin, que decidí hacerlas. Fue
un domingo, habíamos decidido ver el Bar Coyote (yo todavía no la había visto),
así que era uno de nuestros planazos de domingo, de esos planes que te hacen
levantarte por la mañana apeteciéndote vivir, al menos por ese día. Al menos
por las alitas, al menos por el Bar Coyote. Pues bueno, el resultado: se me
quemó la salsa. Mi decepción fue de niveles atmosféricos, como todas mis
decepciones en la cocina (siempre exageradas, como si fueran catástrofes inmensas).
Fui muy confiada y la salsa, en lugar de caramelizarse, se me quemó. Debía
haberla quitado antes, tal y como hice la otra vez: no confiaba en que
me quedara bien y el miedo decidió que debía quitarla cuanto antes. Esta vez no
tenía miedo, puesto que ya había hecho esa receta, pero es evidente que el
recuerdo me quedaba demasiado lejos, visto lo visto.
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| Puede que no luzcan del todo mal, pero hacedme caso: horrorosas |
Dudé mucho en comprar jengibre o no: al poco de llegar a este piso, compré para alguna otra receta y lo congelé directamente, asustada por que se me pudriera en la nevera al no usarlo. Pensé en descongelar ese que tenía ahí y usarlo, pero sentía que llevaba demasiado tiempo en el congelador y no me apetecía un dolor de estómago, así que me resigné y lo compré. Pensé: esta vez buscaré recetas para sacarle partido. Y así hice, como podréis leer en los dietarios de las próximas semanas.
También hice mucho dulce: una tarta de manzana y otra de arándanos. Ambas de Esbieta, por quien siento una profunda admiración y amor. Todo lo que he hecho suyo me ha salido perfecto y espectacular (a excepción de una receta de col, creo que la col no es lo mío, algo que me apena, puesto que está súper presente en su cocina) y es sin duda una de mis más preciados descubrimientos de youtube cocina. La tarta de manzana era una versión sencilla, con masa brisa y manzana cortada finita, sin pasarla por la sartén, añadiéndola directamente sobre el molde. Sobre todo ello, una mezcla de yogur, azúcar y huevo, si no recuerdo mal, y un toque de vainilla. Queda riquísima (cómo me gustan siempre los bordes horneados de la masa brisa, dios mío). Compré caramelo para echarle por encima, algo que no suelo hacer nunca por pereza.
Y luego: la tarta de arándanos. La considero
una de mis tartas favoritas, especialmente porque se me da fatal la repostería
y esta siento que es siempre un acierto, al menos para mí. Desgraciadamente
esta vez (la primera que lo hacía en este piso) sentí que me quedó algo seca, demasiado
fina. Creo que el molde era demasiado ancho para la cantidad de masa, y eso
hizo que no quedara como siempre. Es muy sencilla: se mezclan los ingredientes para
la masa y luego se divide en dos, una más grande que la otra. Aquí yo hago algo
diferente a lo que hace Esbieta, pues ella congela ambas mitades y luego,
cuando ya están bastante congeladas, las ralla sobre el molde. Unos treinta
minutos, dice. Mira, no sé yo qué congelador increíble tiene ella, pero el mío
no congela una mierda en solo treinta minutos. Al principio intentaba rallarla,
aun así, pero entre que no estaba apenas congelada y que el calor de mis manos
todavía ablandaba más la masa, era una forma de complicarme más la vida que otra
cosa. Así que empecé a hacerla de otra manera, que es la que hice esta vez: una
vez cortadas las dos mitades (mitades entre comillas), la desmenuzo con las manos,
haciendo cachitos pequeños sobre el molde. Así con la mitad más grande,
rellenando todo el fondo. Luego, los arándanos (con un poco de maicena y azúcar) por encima. Y finalmente la otra mitad, de la misma manera. Al ser
mi molde demasiado ancho, me costó mucho rellenar el fondo, y apenas me sobraba
masa una vez acabé de rellenarlo. Se trata de una tarta fina de por sí, pero
sentía que estaba demasiado fina.
No
fue una semana de mucha cocina y, a excepción de la tarta de manzana, no
resultó como a mí me gustaría. Pero supongo que eso es algo que tengo que
aprender: en la cocina, como en la vida, también se falla y se fracasa, por más
empeño y cuidado que se le ponga. Al final todo es una excusa: hay que seguir
cocinando.


