Esta
semana teníamos que irnos a Azagra. Íbamos a pasar la semana entera allí,
porque Ane había cogido vacaciones y yo había conseguido librar esa semana. Nos
íbamos a ir el domingo por la noche, y yo había calculado lo que teníamos en la
nevera hasta entonces, pero por cosas de la vida tuvimos que quedarnos hasta el
lunes, con lo cual mi cálculo pasó a se insuficiente. Me metí varias veces en Instagram,
en mis recetas guardadas, en busca de inspiración o de una buena idea. Pero nada.
Y cuando pensé que tendría que apañarme con lo primero que se me ocurriera, vi
una receta de una nueva cuenta que sigo (@paulasapron). Unos macarrones allá vodka,
pero algo diferentes. Aparentemente esta receta de pasta allá vodka se hizo
viral durante la cuarentena porque Bella Hadid subió a stories que la estaba
cocinando, y de ahí: todo el mundo. Pero este tiene algo especial. Se tuestan
unas salchichas partidas en cachitos con las manos, a las que previamente se
les ha retirado la tripa que las cubre. Se dejan quietas y con poco aceite
(esto es importante, no queréis acabar con toda la cocina salpicada) unos
minutos; luego, se les da la vuelta. Así se creará una costra crujiente que
dará un sabor especial a la carne. Se retira y en la misma sartén se cocina una
cebolla y un par de ajitos, hasta que estén dorados. Mientras tanto, se cuece
la pasta, que quede al dente. Antes solía comer la pasta muy hecha (mi padre
siempre la dejaba muy hecha) y estaba acostumbrada a ello. Pero luego alguna
vez que hice yo pasta, cuando ya me había mudado y mis comensales ahora eran un
poquito diferentes, me di cuenta de que una pasta si no está al dente no vale
absolutamente nada. De verdad: si no está al dente es una mierda. Una vez la
cebolla y el ajito estén dorados, se añade cayena al gusto, que dará un picante
especial pero suave (si no se añade de más, claro), sin entorpecer el resto de los
sabores, y luego se añade el tomate concentrado. Lo compré para el beuf a la
bourginon de Julia Child y no he vuelto a usarlo, así que cuando vi esta receta
pensé: perfecto, así le doy uso. Cuando haya cambiado de color, se incorpora un
chorrito de vodka y una vez aquí, incorporamos también la nata y seguidamente
una cucharada de pesto. Aunque estuve a punto de comprarlo hecho, decidí hacerlo
yo: así no sobraría tanto y me ahorraba ese dinero. En el súper no había
albahaca fresca, así que tuve que tirar de la de bote. Y para compensarlo, decidí
picarlo todo (porque tampoco tenía piñones y en su lugar puse almendras) en un
mortero en lugar de en la picadora. Esto fue una experiencia. Picar en un mortero
es mucho más trabajoso (y ensuciado) que en una picadora. Pero quedé muy satisfecha
con el resultado, había algunos trozos más grandes que otros de almendras, todo
se había quedado en una masa homogénea llena de sabores y de un color verde
dorado que daba ganas de comérselo solo con mirarlo. Luego, dejé reducir la
salsa, que fue tiñéndose del rojo del tomate hasta llegar a un color cobrizo
espeso salpicado de trocitos de cebolla y ajo. El olor era espectacular y
cuando lo probé, una preciosa sorpresa: sabía a Italia. Nunca había tenido esa sensación
tan clara con ninguna receta italiana que había hecho hasta ahora. Reservé un
poco de agua de cocción y, embriagada por ese olor, la añadí junto con la pasta
y las salchichas. Removí bien y dejé que se cocinara un poco pensando que igual
me había pasado de agua y que me iba a quedar la salsa un poco líquida. Pero confié
en mi instinto (recordando la María Nicolau que tengo en mi cabeza desde que
leí su libro) y, en lugar de dejarlo reducir más, lo apagué y lo dejé quieto en
el fuego mientras terminaba de recoger la cocina. Rallé un poco más de queso,
saqué la cubertería negra nueva y serví la pasta con el queso por encima.
Cuando llegó Ane, justo después de terminar su último turno y entrando en ese
instante en sus vacaciones, puso una cara de felicidad al ver la pasta que no
podría hacer caber en estas líneas por más que me esforzara y leyera. Le dije:
creo que te va a encantar. Porque le encanta la pasta en todas sus formas, de
la forma más simple y de la forma más elaborada posible. La probamos a la vez y
esto, con permiso, no me sorprendió. Estaba espectacular. Ane me dijo: cuando
escribas sobre esto ya sé cómo puedes llamar a esta pasta. ¿Cómo?, le pregunté.
Macarrones borrachos. Y con una sonrisa y la boca haciéndole agua, se llevó el
tenedor a la boca. Ahora escribo esto, con el estómago vacío y la boca
haciéndome agua de recuerdos. Está claro: voy a tener que empezar a tener pesto
congelado…
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| Dos vicios: macarrones borrachos y cubertería nueva |







