Esta semana se me antojó muchísimo el Almond Chicken de un indio que tenemos cerca de casa, la Flor de Maig. Es un pollo al curry muy ligero con almendras; siempre nos lo pedimos con un plato de un arroz basmati súper aromático y está de vicio. Somos incapaces de ir a la Flor de Maig sin pedirnos ese pollo al curry con almendras. Me dijo Ane, ¿y si probamos a hacerlo en casa? Yo me puse a buscar recetas, pero no encontré ni una sola que se pareciera de verdad a ese pollo. Había algunas parecidas, con curry suave, o con salsa de almendras, pero ninguna guardaba un verdadero parecido con esa con la que estaba tan obsesionada. Justo un día de esos, una cuenta de Instagram que me gusta mucho (cocinaconcoqui) subió un vídeo de unas patatas con parmesano al horno en el cual hablaba del instinto en la cocina. Decía que, aunque disfrutaba mucho siguiendo recetas, cuando más disfrutaba cocinando era cuando no se dejaba guiar por nada en concreto. Que dejándote guiar por los olores, colores y sabores, se acaba desarrollando un instinto culinario que te permite crear recetas deliciosas y darle un punto de creatividad a tus platos. Empecé a cocinar cuando era pequeña, ayudando a mi padre en la cocina, así que quiero pensar que ya tengo cierto instinto, y que acostumbro a dejarme guiar por mí misma al seguir una receta, si creo que añadiendo esto o lo otro mejoraría el plato. No siempre: también me gusta seguir unas instrucciones tal cual si confío en quien hace la receta. Pero, aun así, no acostumbro a inventarme platos. Siempre intento inspirarme buscando cosas aquí y allá antes de hacer algo, y mezclo varias ideas. Pero esta vez no tenía en donde apoyarme: no había ninguna receta de ese plato de Almond Chicken que tantas ganas tenía de saborear. Así que, tras mucho dudar, decidí confiar un poco en mí misma, y esa fue la parte más difícil de esta receta. Combiné cosas que me habían resultado muy bien en otras recetas: tosté un poco las almendras en una sartén y las reservé; enhariné y salpimenté el pollo (usé contramuslos porque ahora siento que son infalibles, siempre quedan jugosos, no como la pechuga de pollo que en seguida se te queda seca) y lo doré un poco. Lo reservé y doré en la misma sartén una cebolla cortada fina, junto con unos dientes de ajo. Cuando estaba bien dorado, añadí jengibre, un poco de canela y media cucharadita de curry. No quería añadir mucho, porque no me parecía que la receta que estaba intentando seguir en mi imaginación tuviera mucho curry. Era una salsa ligera, espesa, en donde resaltaba más la almendra que el curry o el picante. Luego añadí la bebida de coco hasta cubrir la base. Ahora creo que quedaría mucho mejor con una lata de leche de coco en lugar de bebida de coco. Es algo que he descubierto haciendo otra receta, pero eso será para otra entrada del blog. El caso es que con la leche de coco en lata queda una salsa más espesa que con la bebida, que es solo líquido. También se podría combinar con un poco de caldo de pollo o agua, al gusto de cómo se quiera la salsa. Y luego, la parte con la que más dudaba y al final acabó resultando la mar de bien: la nata. No estaba segura de que fuera buena idea, puesto que siento que muchas veces el sabor de la nata se nota demasiado. Pensé en añadir yogur, pero me daba la sensación de que no era la clave en esta receta. Corté pequeñitas las almendras y las añadí junto con el pollo, aunque creo que lo mejor habría sido picarlas con un robot de cocina para que no se notaran en absoluto; aunque no me importó encontrarme algún trozo de almendra, creo que habría quedado mejor si hubiese estado picada del todo. Y el final: rectificar de sal, dejar chup chup y acompañar con arroz basmati. El resultado no me pudo gustar más: estaba increíble, muy parecido al original que estaba intentando imitar.
![]() |
| Almond Chicken con arroz basmati de la Flor de Maig (imagen del perfil de Google del restaurante) |
![]() |
| Mi versión humilde del Almond Chicken (con arroz basmati de marca blanca) |
Esa semana también vinieron unos tíos de Ane que viven en Arnedillo a pasar unos días en Barcelona. Ane trabajaba de tarde así que nos fuimos a tomar un vermut por la Barceloneta, que a la tía de Ane le encanta. Se quedaron a dormir en casa de otros tíos que viven en Barcelona, y fueron ellos quienes les pasaron una lista de buenos bares por esa zona, y su criterio siempre es impresionante. Estuvimos en uno llamado La Cova Fumada, justo al lado de otro bar a donde habíamos ido Ane y yo hacía algún tiempo, y que nos gustó mucho. Estaba llenísimo, era estrecho y antiguo. Lo llevaba una familia y la camarera nos dijo que las bombas eran creación propia de su bar. ¿Sería verdad? Había probado alguna otra bomba en algún otro bar, pero ninguna como esa. Se trata de una bola de patata rellena de carne y servida con una salsa picante y una especia de alioli ligero riquísmo. Pedimos también unas sardinas y unos calamares. Desde que vivo en Barcelona apenas como pescado, y siempre que hemos hecho en casa ha sido congelado, a la plancha o al horno, sin mucho misterio. Yo pensaba que no era una gran aficionada al pescado, salvando algunas excepciones. Mi problema principal son las espinas: no las soporto. Soy una ansiosa comiendo y no soy capaz de comer con cuidado de no pincharme o tragarme una espina. Pero dios mío, cómo estaban esas sardinas. Nos las comimos con las manos y con ansias, y de repente me dio igual que tuviera o no espinas. El tío de Ane (otro buen cocinero) dijo que le encantan las sardinas, pero que odia el olor que dejan en casa, así que siempre acostumbra a pedir en los bares o restaurantes para poder disfrutarlas.
De ahí nos fuimos a otros dos bares. En uno de ellos pedimos pescadito frito, tal y como ponía en la carta. Cuando nos los trajeron vi que en realidad eran sonsos, unos pescaditos muy pequeños y finitos que se sirven fritos.
Mi madrina le daba a mi madre sonsos cuando yo
era pequeña, los probé y me encantaron y un día le dije a mi abuela que me
encantaban: ya se sabe, cuando una abuela se entera de que algo gusta, eso se
convierte en el plato principal de la casa. Yo no sé cuántas veces me tenía
preparado un platito de sonsos fritos, que yo comía con gusto y sin dejar ni
uno en el plato. Al final acabé hartándome, claro, y cuando mi madre venía a
casa con una bandeja de sonsos que le había dado mi madrina otra vez me miraba
casi con cara de pena, casi consolándome: lo sé, otra vez sonsos. Cuando me los
comí el otro día en ese bar me supieron más ricos que nunca. Me
teletransportaron a cuando era pequeña y de repente ese cansancio que había
sentido en otro tiempo hacía ellos se esfumó por completo. Es curioso como
podemos obsesionarnos con algo y desear comer solo eso, día y noche, y sentir
que nada podría hacer que nos cansáramos de ello. Pero a veces, aun así, nos cansamos,
y la obsesión baja un poco, o incluso desaparece por completo. Pero si después
de un tiempo de casi olvidar esa obsesión volvemos a probar bocado de ese plato
que significó tanto, de repente no solo recordamos lo mucho que nos gustaba y
lo disfrutamos como la primera vez, sino que nos vienen todos los recuerdos del
momento de la obsesión, nos transporta a otros instantes, a otras edades, a
otras personas quizás. Sean agridulces o no los recuerdos, el plato siempre
será sabroso. Y volver a él será un regalo.





No hay comentarios:
Publicar un comentario